Linfoma
Historia de Adoración
Diagnosticada y tratada de un linfoma, protagoniza junto a su hijo José María, curado de un tumor de Willms.
“Cuando José se puso enfermo no me importaba el mundo. Ni me importaba nada. Sólo aquel niño que estaba terriblemente enfermo y que fue sometido a una operación de 6 ó 7 horas.
Con una gran incisión y radiación intraoperatoria que, según creo, en aquellos momentos sólo la hacían en Pamplona. El riñón, claro, ya no existía porque tenía un tumor de 1,2 kg alojado en el abdomen de un niño de 10 años”.
Con esta vívida precisión recuerda aquellos días Adoración, madre de José María, que fue paciente de la Clínica a tan temprana edad. José fue diagnosticado por el doctor José María Berián, nefrólogo de la Clínica, de una rara enfermedad: el tumor de Wilms.
Veintiocho años después fue la propia Adoración, Dori, quien también pasó por el trance de un grave diagnóstico, el de un linfoma difuso de células grandes.
Con ambas enfermedades ya superadas, los dos pacientes han sido los protagonistas del último libro de la colección de relatos ‘Historias de la Clínica’: ‘Los tres cumpleaños de los Pérez Fontán’.
La escritora y periodista Marta Rivera de la Cruz ha sido la autora de este octavo ejemplar. La historia núcleo de ‘Los tres cumpleaños de los Pérez Fontán’ comienza en 1986, cuando a José María le diagnostican un tumor en fase muy avanzada, al que, según aseguran algunos médicos, no podrá sobrevivir.
Pero Chano y Dori, padres del paciente, se lanzan a la búsqueda de una segunda oportunidad para su hijo. De este modo recalan en la Clínica Universidad de Navarra, donde el doctor Berián les ofrece el diagnóstico y el tratamiento correctos para el tumor de Wilms que padecía y del que José María está actualmente curado.
“Para nosotros la Clínica lo es todo —señala Dori—. A mi hijo le curaron, cuando parecía imposible. En ningún hospital sabían de su enfermedad, el tumor de Wilms, y el doctor Berián era un experto… José estuvo muy enfermo durante 6 meses. Pero el doctor Sierrasesúmaga, un gran pediatra oncológico, lo sacó adelante”.
Un recuerdo terrible el de aquellos días.
Durante su ingreso en la Clínica, yo dormía con José y por mi experiencia reciente con la quimioterapia, los efectos secundarios de los tratamientos actuales son mucho mejores. Porque a ese niño, mi hijo, en una noche le llegué a recoger 24 vómitos.
A pesar de la gravedad, aquel niño se fue recuperando.
Poco a poco se fue reponiendo a todo, a la operación, a la quimioterapia. Pasamos sus revisiones durante 5 años. Yo venía siempre asustada por si le localizaban algo. Pero aquí está, maravilloso y casado con una chica estupenda.
Y pasaron los años, 26 exactamente, y esa felicidad que había vuelto a su hogar de Vigo, volvió a desvanecerse por otra enfermedad.
Pasan los años y ahora es Dori la que se pone malita. Nadie lo esperaba. Me rompí un pie. A raíz de estar en la cama se me hinchó la cara y fui al hospital de mi ciudad, Vigo, donde me diagnostican un cáncer de pulmón en mediastino en fase terminal. Mi marido Chano, que siempre ha estado a mi lado, no podía parar de llorar. Yo le decía que no llorase, que por muy grande que fuera el tumor, no iba a poder terminar conmigo. Sabía lo que decía.
Ese diagnóstico supuso su retorno a la Clínica.
Nos fuimos a la Clínica y todo cambió. Al llegar el doctor Fernández del Carril fue el primero que me atendió en Urgencias. Para entonces yo ya no podía ni respirar. Recuerdo que me preguntó: ¿por qué le han dicho que tiene un cáncer de pulmón? Le dije que no lo sabía. Después me vio un neumólogo y me preguntó lo mismo.
¿No tuvo momentos de flaqueza?
Estuve en la habitación del pánico, que le llamo yo. Fue el momento del autotrasplante de células madre, que justo coincidió también el 22 de enero, la misma fecha que la operación de mi hijo José y de su cumpleaños. De ahí el título del libro. Esa fue la peor experiencia de toda mi enfermedad.
¿Cómo se consigue superar un estado de tal gravedad?
Mi gran apoyo ha sido Chano, mi marido, que se ha llegado a poner enfermo por cuidarme. Le tuvieron que operar de una hernia discal. Y además, mis médicos han sido como ángeles; mi enfermera Ana Zafra, en el mayor pedestal, y a todas las enfermeras, auxiliares, celadores...
Todos los profesionales de la Clínica, siempre atentos y cariñosos.
El doctor Fernández del Carril, por entonces residente, ¿acertó en el diagnóstico?
Nunca en mi vida olvidaré su ojo clínico. Porque en Vigo, recuerdo una médico que me dijo que tenía un cáncer de pulmón terminal. Era incomprensible que sin haberme hecho más pruebas me dijera eso. También es cierto que desde el momento en el que puse los pies en la Clínica, ya no sentí en ningún momento miedo al fracaso.
¿Ni cuándo le dijeron que tenía un linfoma?
Ni cuando me dijeron que tenía un linfoma terrible. Entonces pensé: este bicho, por muy grande que sea, no va a poder conmigo. Que yo no soy muy buena gente, soy bastante torcida. Y así fue. De momento lo tenemos desaparecido.