Tumor cerebral
Historia de Ana Mª
Ana María B. vio poner la primera piedra de la Clínica en 1959 y fue la primera persona operada, tres años después.
Ana María B. asistió en 1959 a la colocación de la primera piedra de la Clínica Universitaria de Navarra. Tres años después, estrenaría un quirófano. Fue la primera paciente en ser operada en este centro hospitalario. Tenía sólo 16 años y muchas ilusiones por delante.
44 años después, Ana María recuerda aquellos momentos desde el máximo agradecimiento a sus familiares y a los médicos que la atendieron. En sus palabras de gratitud no se olvida ni siquiera de las mujeres de la limpieza. “Hay tanta gente que me ha ayudado…”, asegura.
¿De qué la operaron?
Me intervinieron el 8 de marzo de 1962, festividad de San Juan de Dios. Faltaban 4 meses y 18 días para que cumpliera los 17. A principios de ese año, me detectaron un tumor cerebral y tres meses después me operaron.
¿Cómo se dio cuenta?
Estaba estudiando en las Madres Mercedarias, en Corella (Navarra), de donde es mi familia y donde vivíamos hasta que nos trasladamos a Zaragoza. Tenía muchos dolores de cabeza y no rendía en los estudios. En vacaciones de Navidad, aprovechamos para mirarme y fuimos al Hospital de Navarra. Allí ingresé en lo que se conocía como el pabellón F. Me hicieron muchas pruebas y cuando vieron que estaba preparada me trasladaron a la Clínica Universitaria, donde me operaron. Entonces se llamaba Clínica de Posgraduados y sólo existía la especialidad de Pediatría.
¿Cómo fueron esos días previos?
Ingresé el día 2 de enero en el Hospital de Navarra y el día 6, los médicos se vistieron de Reyes Magos y nos trajeron regalos. Recuerdo a un estudiante avanzado de Medicina que se llamaba Damián, era la alegría del hospital. A mí me trajeron unos pendientes y un libro con una nota que decía: “Ana María distraída estarás en los días de enfermedad”. Todavía la guardo.
¿Tendrá muchas anécdotas?
Sí, éramos todos una gran familia. La víspera de la operación, en la Clínica, el peluquero que ejercía un poco de todo, también de camillero, vino a afeitarme la cabeza. Se llama Víctor. Lo pasó muy mal. Yo le decía: “No te preocupes, que estoy muy guapa, ya me crecerá”. Así se puso contento.
¿Recuerda al médico que la operó?
Sí, se llama doctor Molina Negro. Ahora está en Canadá. Hace unos años estuve con él. Lo llevo siempre en mi corazón. En total, había ocho médicos y siete enfermeras. Entre ellos, Don Eduardo Ortiz de Landázuri, el doctor Martínez-Lage, el doctor Posada y el doctor Delaherranz.
¿Cómo fue la intervención?
A las 6.30 me dieron la Comunión. Entré en el quirófano y me pusieron anestesia local. Me iban explicando cada cosa que me hacían. A las 12.00, cantamos todos el Angelus a dos voces. A algunos les llegaban las lágrimas hasta la barbilla de la emoción. Después, la anestesista, la doctora Jurado, me dijo: “Reza un Ave María que te vamos a dormir”. La operación duró 14 horas. Cuanto les hice trabajar
Después llegó el postoperatorio…
Tras la operación, me pasaron a una sala contigua, estilo UVI, y me subieron a planta. Estaba en la habitación 28, en la misma que había estado ingresada. Estuve dos meses. Habíamos puesto todos los medios humanos y sólo quedaba confiar y esperar. Todos los días me traían la Comunión, venía el peluquero, las enfermeras… Ana María Osés me ponía los calmantes. Había cinco personas más ingresadas en la Clínica y nos conocíamos todos. Si en mi habitación no había sillón, el de la habitación de al lado, que era un sacerdote, me dejaba el suyo. Recuerdo con mucho cariño a toda esta gente. Además, toda mi familia fue una piña. Con mucho amor y cariño, superábamos las dificultades.
Supongo que habría momentos difíciles y que en alguna ocasión pasaría miedo
No. Sabía que era una operación muy difícil, pero estaba puesta en manos de Dios y de los doctores en los que confiaba con toda mi alma. La Virgen fue mi aliada. Estaba en las mejores manos. Por si no salía de la operación, me elegí unos recordatorios de color azul con un Cristo joven que en su corazón ponía “Pax”.
La técnica no era tan avanzada como en la actualidad.
Las pruebas fueron más difíciles que la operación. Ahora hay muchos aparatos. Dos meses después de la operación, volví al Hospital de Navarra donde me dieron 50 sesiones de cobalto, que era como ahora la quimioterapia. Sólo había dos de estos aparatos en toda España y uno estaba en Pamplona.
También tendría que pasar un periodo de rehabilitación.
Sí, pasaba el día con una pelota para recuperar la movilidad en la mano. La rehabilitación fue muy buena. Yo también colaboré con mucha fuerza de voluntad.
Con 17 años, todas las ilusiones de joven se truncan con esta enfermedad.
Yo quería hacer Medicina, era mi vocación. Pero sabía que tenía un 1 % de posibilidad y lo íbamos a buscar. Sufrimos mucho. Después de la operación le pregunté al doctor Molina si podía seguir estudiando, pero me dijo que sólo cosas suaves.
¿Mantiene relación con la Clínica?
Toda la vida. Siempre la llevo por bandera. Me he seguido visitando y todas las operaciones posteriores me las han realizado allí. Eso sí, ahora todo está muy distinto a entonces. Vi poner la primera piedra y tres años después me operaron. A aquel acto inaugural vino Monseñor Escrivá de Balaguer. Entonces, estrené un abrigo de cuadros. ¡Quién me iba a decir que, tres años después, iba a ser la primera paciente en operarse allí!
¿Cómo era en aquella época?
Sólo tenía una planta baja, la primera y el sótano. Había 28 habitaciones con una cama cada una, un lavabo y una repisa. Las cortinas las pusieron luego. No había persianas y para quitar la luz, nos ponían unos papeles azules en las ventanas. Eran cuartos bastante reducidos. Algunos ni siquiera tenían sillón para los acompañantes. Había unas 30 enfermeras. Iban vestidas, como en la actualidad, de gris y blanco. También recuerdo que el primer día comí pollo con ensalada y un flan.
Y ¿qué les diría a los cientos de pacientes que pasan ahora por el hospital?
Que se pongan en manos de Dios, que acepten su voluntad y que confíen en los medios que hay. Deben estar serenos, relajados y confiar. Confiar y esperar, porque el tiempo cuenta.