Reimplante de dedos
Historia de Juan Carlos
Tras un accidente laboral en el que el técnico en maquinaria Juan Carlos perdió cuatro dedos de la mano, cirujanos de la Clínica le reimplantaron dos dedos perdidos y uno del pie.
Juan Carlos es consciente de que no podrá recuperar toda la funcionalidad de su mano derecha. Por tanto, a sus 57 años es improbable que vuelva a desarrollar el trabajo que llevaba desempeñando más de 40.
Sin embargo, después de haber sufrido hace un año un accidente laboral que le supuso la amputación de cuatro dedos de su mano derecha, el técnico en mantenimiento de maquinaria Juan Carlos A. ya ha comenzado a escribir, a conducir y a cuidar de los animales y de la huerta de los que es propietario en Garinóain (Navarra), su localidad natal. Actualmente, sueña con recuperar su mayor afición, la caza de conejos. Y, dada la tenacidad de su carácter, no tardará mucho en conseguirlo.
El 11 de junio de 2010 Juan Carlos perdió todos los dedos de su mano derecha, excepto el pulgar, mientras limpiaba una máquina destinada a cortar plástico.
Como consecuencia del accidente pasó por una primera y compleja cirugía de implante de los dedos amputados, liderada por el doctor Bernardo Hontanilla, director del Departamento de Cirugía Plástica, Reparadora y Estética de la Clínica. La intervención se prolongó por espacio de más de 14 horas. A esa primera operación le han seguido 5 más. Un año después, este garinoindarra ve el presente y el futuro con mucha más claridad.
Aquel día, cuando entró por la puerta de la Clínica Universidad de Navarra Juan Carlos A. reconoce que daba su mano por perdida.
“En aquellos momentos pensé que ya nunca más iba a volver a tener prisa”
Y es que preveía que, junto a aquellos cuatro dedos que inicialmente creyó irrecuperables, se le escapaba también una parte importante de su forma de vida.
A las 6 de la mañana de aquel 11 de junio, Juan Carlos A. había acudido a realizar las labores de mantenimiento de las máquinas de una empresa dedicada a la elaboración de tanques de material plástico para el depósito de combustible de diferentes automóviles. La máquina en cuestión se encontraba en un habitáculo cerrado que no podía verse desde el exterior. Sin embargo, el botón para activar la máquina se situaba fuera.
Al advertir que la máquina permanecía parada, un técnico de proceso de la empresa pulsó el accionamiento. Con tan mala fortuna, que los sistemas de seguridad del dispositivo, encargados de paralizar el funcionamiento al detectar su manipulación, no saltaron. En ese momento, Juan Carlos tenía su mano derecha cubierta por un guante en el interior de la maquinaria. En cuanto se accionó el dispositivo, el molinillo con las cuchillas giró y seccionó en un segundo los cuatro dedos. “Aún tuve suerte, -recuerda Juan Carlos-. La máquina sólo dio un cuarto de vuelta, no pudo terminar de completarla porque todavía seguía atascada. De no ser así, me hubiera triturado los dedos y entonces no hubiese tenido remedio”.
En cuanto sufrió el accidente, el técnico salió sangrando al pasillo y alertó a la primera trabajadora que vio. “Fue la primera persona que me atendió. Me llevó al botiquín, me puso unas gasas y le pedí que me hiciera un torniquete en la muñeca porque la hemorragia era impresionante”.
Juan Carlos asegura que en aquellos momentos no sintió dolor y pudo mantener la cabeza fría. “A un compañero que se acercó a ver qué ocurría le dije que fuese hasta la máquina y recogiera los dedos, que yo recordaba que habían quedado dentro del trozo de guante”, recuerda.
¿Y cómo se las compuso una persona poco acostumbrada a estos lances para saber mantener en buenas condiciones los cuatro dedos amputados?
Algo debía saber o se informó llamando a alguna persona de Sanidad porque los trajo en muy buenas condiciones. Los metió en una cubeta de un frigorífico dentro de una bolsa en hielo y agua para que se conservaran y llegaron al hospital a la vez que yo.
Ese mismo día le trasladaron a la Clínica para someterle a una compleja operación de cirugía reparadora. La intervención la dirigió el doctor Bernardo Hontanilla.
Al poco de llegar me metieron en quirófano. En esa primera operación me implantaron los cuatro dedos. Estuve en la mesa de operaciones más de 14 horas. El equipo de cirujanos tenía claro que el primer dedo que debían abordar era el índice para que, de este modo, mi mano pudiera tener algo de funcionalidad en el futuro. Por este motivo, sólo la intervención de este primer dedo, que llegaba separado de los demás, se prolongó durante 6 horas. Y realmente es el dedo que mejor he recuperado y que mejor funciona.
Tras una intervención de estas dimensiones, ¿cuánto tiempo estuvo ingresado?
Permanecí en la Clínica durante 19 días durante los que los cirujanos pudieron observar la evolución de los dedos y realizarme complicadas curas.
El índice evolucionó bien, ¿y los otros tres dedos?
Durante ese ingreso tuvieron que volver a intervenirme porque vieron que, de los cuatro dedos, los dos centrales (corazón y anular), no habían implantado bien. El trasplante no había terminado de funcionar. Así que cuando me dieron el alta me fui a casa con tres dedos en la mano derecha: el pulgar, que no había resultado afectado, y de los dedos trasplantados, con el índice y el meñique.
Pero su periplo por el quirófano no terminó ahí.
Tuvieron que volver a intervenirme dos veces más para implantarme piel en los dedos. Pero sin los dos dedos centrales el espacio que me quedaba era demasiado grande. El doctor Hontanilla me propuso entonces trasplantarme en ese espacio un dedo de mi propio pie.
¿Cómo se tomó esta peculiar recomendación?
Al principio me costó hacerme a la idea, se me hacía raro pensar en tener un dedo del pie en la mano. Después me convencí de que realmente ese espacio suponía un agujero demasiado grande para poder realizar cualquier tipo de actividad con la mano. Así que le dije al doctor que si él lo creía conveniente, que me interviniese.
En su día a día, ¿cuál fue el detonante que le hizo convencerse de volver a pasar por una complicada intervención quirúrgica?
Un ejemplo simple fue el que me ocurrió un día en la huerta, cuando fui a coger un tomate y se me cayó de las manos por el espacio que quedaba entre los dedos. Ahí terminé de ver claro la necesidad de que me trasplantaran un dedo del pie. Además, mucha gente me dice que no parece que sea del pie. Pero lo realmente valioso es que ahora puedo hacer muchas más cosas de las que hacía antes. Entre otras, puedo coger los huevos que ponen las gallinas que tenemos, algo que sin este dedo no podría.
¿Le han advertido qué funcionalidad llegará a recuperar en la mano afectada?
Ya puedo coger algunas cosas, siempre que no sean muy pequeñas. Igual que objetos que no pesen, aunque espero recuperar más fuerza en mi dedo índice. A esa falta de fuerza se une que la sensibilidad tampoco es la misma, desde luego. Aunque los médicos me dicen que me adaptaré a esa diferencia de sensibilidad y que podré distinguir los objetos que toco con ese dedo.
Después de una amputación como la que sufrió y seis intervenciones gracias a las que ha recuperado bastante funcionalidad en su mano, ¿qué es lo que espera volver a hacer?
El trabajo que yo tenía, que consistía en la manipulación de máquinas para su mantenimiento, es un trabajo manual, de mecánico, que no lo voy a poder volver a desarrollar. Es un trabajo en ocasiones con piezas muy pequeñas, un trabajo minucioso. Y cuando son máquinas con piezas muy grandes mi mano ya no va a recuperar la fuerza necesaria para poderlas manipular.
Y las actividades cotidianas como comer por usted mismo, servirse de los cubiertos, ¿es capaz de hacerla?
Sí. Ya he conseguido comer con la mano derecha. Pero al cabo de un rato me canso y sigo con la izquierda. Pero siempre intento hacer las cosas por mí mismo. Me gusta ser autónomo, no tener que pedir ayuda. Ya he conseguido atarme los botones de las camisas, excepto el del puño izquierdo, ese no puedo. Lo intento, pero de momento se me escapa.
Habituado a un trabajo muy manual como el suyo, debe resultarle difícil renunciar a este tipo de actividades.
Siempre intento hacer en casa arreglos y cosas de bricolaje. Ya consigo apañarme con un taladro. Pero el problema es cuando las piezas y las herramientas son pequeñas. Lo que normalmente me hubiera costado 10 minutos, ahora me cuesta dos horas. Y si tengo que estar toda la mañana estoy hasta conseguirlo.
Parece que ha sabido encarar con bastante naturalidad el daño sufrido.
Realmente, pasé muy mal los dos primeros días después de la primera operación. Cuando entré en la Clínica me veía sin dedos para siempre. Pero después reflexióné y me di cuenta de que, quedase como quedase, lo que no podía hacer era amargarme a mí mismo y a mi familia. Ya no cabía mirar hacia atrás. Los dedos no iban a volver a estar como antes del accidente, así que había que buscarle el lado positivo.
¿Y dónde vio ese lado positivo?
Me hice a la idea de que seguramente no iba a poder volver a trabajar en mi profesión, pero que mis dos hijos con 30 y 31 años son económicamente independientes. De esa cuestión ya no tenía que preocuparme. Y si me quedaba sólo con una mano operativa teniendo la huerta, por lo menos podría apañármelas para criar una lechuga. De este modo dejé de angustiarme y de pasarlo mal.